Los antiguos textos tibetanos dicen que antes del budismo, antes del taoísmo, antes de que existieran los Dioses en la conciencia de los humanos, existió la Religión de los Hombres.
La propuesta de la Religión de los Hombres es la de organizar una forma de vida cuyo centro es la autosuperación de la condición humana hasta alcanzar y manifestar su naturaleza superior o, dicho de otro modo, una forma de vida orientada a la exaltación de la existencia humana.
Este proceso está representado por Ketsalkoatl o Kukulcán -en lengua maya-, la Serpiente Emplumada.
El término Ketsalkoatl se conforma de la conjunción de ketsal, "ave" y koatl, "serpiente". Esta unión sintentiza la mediación entre el estado "libidinal" y el racional; entre el estado de los apegos, la identificación con las limitaciones del mundo de los sentidos, el aspecto animal e instintivo de nuestra condición existencial y un estado de conciencia caracterizado por la integración y la vivenciación de la realidad en su fundamento energético.
Esta dualidad describe, por tanto, lo que somos y lo que podemos alcanzar. Las raíces que componen el término contienen además una multiplicidad de significados que implican varias dualidades: lo femenimo y lo masculino, lo visible y lo oculto, y aquella que el antropólogo Carlos Castaneda, quien penetró en la herencia tolteca convirtiéndose él mismo en un practicante, describe como la única dualidad verdadera: tonal y nawal. El tonal es la porción del mundo que percibimos a través de los sentidos y el nawal es la totalidad que no alcanzamos a percibir precisamente por la limitación que impone la percepción e interpretación del mundo.
Ketsalkoatl representa entonces el viaje de la conciencia hacia la liberación, entendiéndola como superación de las limitantes humanas, a lo que William Blake se refería como "abrir las puertas de la percepción".** La Serpiente Emplumada es la figura fundamental del universo mítico mesoamericano y es también representación del ser humano que a través de sus obras alcanza la condición superior que su nombre preconiza.
Merecimiento, entonces, es masewalistli, de la raíz masewa: "merecer, obtener una cosa, hacer penitencia", mientras masewal es el "merecido", "aquel que tiene merecimiento". El primer fundamento de este concepto nos llega a través del mito. Según la mitología el mundo ha sido creado cinco veces. La historia de Mesoamérica y toda la historia humana se inscribe dentro de esta quinta creación que da nacimiento a la humanidad. El mito refiere que todo estaba creado y faltaba el ser humano que poblaría el mundo. Ketsalkoatl era el encargado de recuperar en el inframundo los huesos de los anteriores intentos de crear una humanidad para su restauración. Después de varios accidentes, de los cuales el más significativo es la rotura de los huesos en el camino de regreso, les da vida a estos regando con su propia sangre la mezcla que traería a la existencia al ser humano. Por eso los humanos son "merecidos" por el sacrificio de la Serpiente Emplumada: "Así fue, en verdad: por su merecimiento y por su sacrifico (de Ketsalkoatl), él inventó a los hombres y nos hizo seres humanos".***
De esta forma el merecimiento y el sacrificio forman una unidad conceptual. La condición de merecimiento no se alcanza sin sacrificio. Merecido no es cualquiera, es aquel que ha pasado los trabajos y ha realizado el esfuerzo para llegar a obtener la recompensa de trascender. El hombre puede hacerse divino en virtud del sacrificio de sí mismo. Lo que sacrifica es el ego apegado e identificado con los menesteres de la vida mundana, atrapado en la limitación perceptual y los condicionamientos que lo mantienen esclavizado; esto implica sobreponerse a la apatía y el adormecimiento y trabajar para despertar nuestras facultades ocultas.
Se trata de un arduo camino que fue recorrido por Se Akatl Topiltsin, personaje histórico considerado la cuarta manifestación avatárica de la Serpiente Emplumada y que vivió en el siglo IX. Su vida consistió en el reconocimiento de su más crasa humanidad, la toma de conciencia de sus limitaciones y el trabajo por la progresiva purificación hasta alcanzar el estado de moyocoyani, "aquel que se crea a sí mismo". El merecimiento se revela también, a través del ejemplo de Se Akatl Topiltsin, como la creación de valores en la sociedad, pues nadie existe solo y debe demostrar con obras su responsabilidad. Puesto que se trata de divinizarse, el hombre debe convertirse en un creador emulando la cualidad divina que creó el mundo y sus obras deben ser el reflejo de su actitud y capacidad creativas. La Toltequidad nos habla no de una realización que se alcanza en la soledad y el recogimiento, sino en el medio social.
La importancia de la concepción del merecimiento tal y como lo entiende la Toltequidad radica, para nuestra cultura, en la posibilidad de revertir la forma en que entendemos la divinidad y cómo nos relacionamos con ella. En primer lugar, para nosotros la idea de divinidad está asociada con un Dios personal, con un ser que tiene las limitaciones humanas y a la vez una capacidad de control e influencia ilimitada, un Dios reducido a nuestra propio reflejo. Frente a esta imagen, heredada del dios tribal judaico, podemos tener dos posturas: devoción y servidumbre o negación. La devoción a la idea de un Dios castigador o premiador elimina la posibilidad de la libertad y la de trascender la condición ordinaria de conciencia en que vivimos, pues se trata de seguir un grupo de normas sin cuestionarse nada. La negación, por otra parte, elimina consigo cualquier noción de ir más allá de nuestra condición por una razón muy diferente: simplemente no hay nada que ver o a qué aspirar más allá de los muros de la prisión en que vivimos.
Lo que la Toltequidad propone es que la divinidad es un estado de conciencia, y que dicho estado puede ser alcanzado generando merecimiento, no en la oscuridad del retiro sino en la participación activa en la vida social, pues solo en la interrelación con otros humano, podemos encontrar nuestra esencia y nuestro camino.
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